Cuando John Steinbeck escribió, en 1939, su famosa novela Las uvas de la ira, probablemente no tenía idea de que ochenta años después el mundo no sería tan diferente. Gran decepción y un duro golpe para el autor, pues en definitiva lo que buscaba con esta gran obra no sólo era concientizar a la sociedad sobre las condiciones de precariedad en las que vivían muchos de sus compatriotas, sino influir en la misma para que a su vez esta promoviera un cambio.
Después de la primera guerra mundial y un breve periodo de bonanza y estabilidad económica, a finales de los años veinte, Estados Unidos sufrió un quiebre. Con la caída de la bolsa de valores–lo que quiera que eso signifique- en 1929 el país inició una de sus peores crisis económicas, la Gran depresión; a esto se le sumó el Dust bowl, un periodo de sequía en las tierras de los estados centrales, después de un lapso de sobreexplotación de los recursos. Los agricultores pidieron préstamos a los bancos; la tierra no dio fruto; los agricultores no pudieron pagar los préstamos; el banco les quito las tierras. Ante este panorama, las familias no tuvieron otra opción más que el éxodo.
El éxodo, la migración. Migrar, una forma de vida tan antigua como el tiempo. El hombre, como cualquier animal, se mueve, se desplaza, va allá donde está lo que necesita, lo más elemental, porque el hombre, como cualquier animal, mantiene siempre su instinto de supervivencia. El hombre migra cuando la tierra se seca; migra para alejarse del peligro, para resguardarse de las inclemencias del clima; el hombre migra para mantener la vida. Así, a lo largo de la década de los treinta del siglo pasado, miles de familias migraron hacia los estados del este, especialmente a California. No iban en busca de un mejor futuro, simplemente en busca de un futuro.
Esto es lo que relata Steinbeck en la novela antes mencionada: los Joad, una familia que lo ha perdido todo, emprenden un viaje hacia california en busca de la tierra prometida, una tierra abundante donde se requieren trabajadores. Así, a lo largo de esta obra, seguimos los pasos de los Joad desde Oklahoma hasta California en busca de trabajo en las grandes plantaciones. Sin embargo, lo que en realidad nos cuenta Steinbeck es una historia de abusos, maltrato y discriminación. Sobran los ejemplos a lo largo de la novela, pero uno de los más significativos es el siguiente diálogo, entablado entre dos encargados de una gasolinera, tras atender a Tom Joad (protagonista de la historia):
– ¡Por Cristo, qué avío impresionante! [dice un joven después de ver a la familia migrante]
– ¿Esos okies[1]? Todos tienen mal aspecto.
– Me costaría mucho decidirme a viajar en esa carraca.
– Y…, bueno. Usted y yo tenemos cabeza. Esos condenados okies no tienen cabeza ni sentimientos. No son humanos. Un ser humano no podría vivir como ellos. Un ser humano no podría soportar tanta mugre ni tantas desgracias. No valen mucho más que los gorilas. (Steinbeck, 2005, p.219)
En la cita anterior, somos testigos de la opinión común en la época y, desafortunadamente, presente en la actualidad, con respecto a las personas que migran. Denigradas hasta el límite de perder su humanidad. A pesar de la crítica planteada en la obra, el estilo de escritura del autor no se queda en una historia lastimera, en la mera consternación. Va más allá, indigna al lector, pero también explica el sistema que ha generado tales circunstancias. No por nada, Las uvas de la ira ha sido estudiada por disciplinas tan diversas como la sociología y la economía, además de la literatura. Si bien Steinbeck nos ofrece un análisis amplio del conflicto económico de su tiempo (así como de otros conceptos tales como la oferta y la demanda, todo ello en medio de geniales construcciones literarias), en la siguiente cita, podemos ver resumido la explicación del rechazo al migrante:
Toda la genta lo va a mirar con una expresión muy curiosa. Lo van a mirar y sus rostros parecerán decirle: “No me gustas nada”. […] Verán en los rostros de la gente cómo les odian. Y… yo les voy a decir algo. Les van a odiar porque les tienen miedo. Saben que un hombre hambriento tendrá que comer algo, aunque le sea preciso obtenerlo a la fuerza. (Steinbeck, 2005, p.219)
El odio y el miedo, según Steinbeck, son el resultado de años de lucha entre los hombres por la posesión; posesión de tierras, dinero y poder. En tan solo ocho páginas, el autor resume le historia de California y las luchas que en ella se libraron.
California perteneció una vez a México, y su tierra a los mexicanos, hasta que se precipitó en ella una horda de americano andrajosos y febriles. Y era tanta su sed de tierra, que se quedaron con ella…, robaron la tierra de Sutter, la tierra de Guerrero, y luego aquellos hombres frenéticos por poseerla robaron los títulos de propiedad y después riñeron mutuamente por ellos; después, armados de rifles, defendieron la tierra que habían robado. Construyeron casas y graneros, araron la tierra y la sembraron. Y estas cosas fueron posesiones, y más tarde, la posesión pasó a ser propiedad.
Los mexicanos eran débiles y estaban agotados. No podían resistir, pues nada había en el mundo que ellos deseasen con tanto frenesí como los americanos deseaban la tierra. (Steinbeck, 2005, p.248)
Dos puntos quedan claros con el ejemplo anterior: evidentemente, Las uvas de la ira no fue bien recibida por los compatriotas del autor, pues no dejaba de ellos la mejor impresión. Y, la segunda, la prosa de Steinbeck es poética; envuelve al lector en su ritmo y musicalidad. La tensión se intensifica conforme la denuncia se hace más directa.
Leer esta obra emblemática de la literatura norteamericana no es fácil. Pero, en definitiva, acercarse a ella nos puede ayudar a mirar con otros ojos el mundo, nuestra realidad que tan poco ha cambiado. Quizás tampoco lo hagamos nosotros, pero podemos comprenderla mejor y, quizás, intentarlo.
- Elizabeth Pérez Trigo
Bibliografía:
Steinbeck, J. (2005). Las uvas de la ira. Porrúa.
[1] Okies es un término despectivo para referirse a las personas provenientes de Oklahoma.
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